Lo que persiste
- luticullen
- 25 nov 2019
- 2 Min. de lectura

Siempre te dejaste para el final Las uñas llenas de tierra El entrecejo. Las lagañas. Por eso te maquillaste las mejillas. Para que nadie te pregunte. Te pintaste los labios para que no te vean. Te rebalsaste el cuerpo en perfume, para que no sientan tu verdadero rastro. Te refugias en esos borcegos simulando que ves todo un poco más desde lo alto. Y en secreto, cuando te resguardas dentro de tu remera negra al revés con rastros de cafe, hundís la cara en la almohada. La pintas de bordó. Las manchas de rímel dibujan tus lágrimas. Por la mañana te despertas liviana. Como si esos fantasmas se hubiesen escurrido por la hendidura de la puerta. Bailando saltas de la cama. Bailas sobre la mesada. Por el living de tu casa y en la terraza. Te preparas el desayuno bailando. Y te llenas de espuma la cara, bailando. Miras al centro de los ojos a la mujer en el espejo. Le suplicas que no se escape cuando abras la puerta. Y salís a la guerra. Con el pelo suelto y despeinado. Eso nunca cambia. Eso te gusta. Porque permanece cuando posas para la foto. Agitas tu melena y los fantasmas se detienen. Agitas tu melena y desaparece esa hormiguita aplastada. Al darle vida a esos pelos que orbitan salvajes por tu espalda descoses tus miedos. Con el pelo suelto y despeinado te entregas al manantial de tu cuerpo desnudo, ondulando tus caderas. Con el pelo suelto sumergís tu respiración entre las sábanas. Lo bañas de tristeza húmeda por la noche y lo haces arder con los rayos furiosos que atraviesan la ventana. Lo llevas así, para los días en que el frio te devora los huesos. Para reír a carcajadas.
Para besar. Es tu arma. Tu puerta de salida. Tu casa. El destello que te devuelve en el reflejo la mujer del espejo. Agitas tu melena y ese movimiento se va como una espiral junto al viento.
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