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El baile como herramienta de transformación social en contextos de vulnerabilidad

  • Foto del escritor: luticullen
    luticullen
  • 11 nov 2018
  • 19 Min. de lectura

Actualizado: 8 ago 2019

CULTURA. Historias de superación de integrantes de diferentes grupos artísticos del conurbano de Buenos Aires




Lucas Cantero acababa de asaltar un domicilio cuando la policía lo interceptó en puente Avellaneda. Llevaba las armas escondidas en el auto. Desde los 12 años se había acostumbrado a ver cómo la droga, la muerte y la policía se llevaban a sus compañeros. Pero, aquella noche, el corazón le latía sin parar. Esa fue la primera vez que sintió que tenía algo que perder si caía preso. Había encontrado en la murga y en el grupo de niñas a las que dirigía una motivación. Y no estaba dispuesto a perderla. “Afortunadamente no me descubrieron nada. Pero ese día llegué a casa con la certeza de que no volvería a robar. Y así fue”, dice este joven de 25 años, que vive en barrio de La Boca, tres años después del hecho.


Como él, cientos de jóvenes lograron superar las adversidades de su entorno a través del baile.


Pero el camino hacia esa salida no fue sencillo. A los 11 años, Lucas se fue de su casa y empezó a dormir en las plazas del barrio. Ahí conoció al grupo de chicos con quienes comenzó a delinquir. “A los 13 encontré a una chica pasada de sustancias en el parque, la llevé con su familia y terminé viviendo en su casa durante cuatro años”, relata el joven.


Crecer en contextos de vulnerabilidad social y económica, donde la violencia y las desigualdades forma parte de una problemática estructural, impacta en el desarrollo sobre todo de los más jóvenes: “Estos experimentan barreras no solo de tipo materiales, sino también de tipo simbólicas que los posicionan en un lugar de estigmatización constante. El hecho de estar sometidos a un nivel de violencia cotidiana mayor, sumado a la segregación territorial y a las desigualdades en cuanto al acceso a determinados bienes económicos y culturales, los lleva a incorporar una percepción del mundo donde las desventajas son naturalizadas. Sin embargo, el impulso de vida tiende a prevalecer, pese a las circunstancias desfavorables”, sostiene Pablo Semán, doctor en Antropología Social e investigador del Conicet.


“En los casos más extremos, al no sentirse sostenido por el mundo, el individuo mira la vida desde un lugar de desamparo. Por eso hay un mayor riesgo de ser instrumentado por otros y de naturalizar el delito como una manera de ocupar un lugar de reconocimiento, cuando en realidad se está en una posición de desecho”, agrega Carlos Tkach, doctor en Psicología y Director del Programa de Extensión “Atención de niños privados del cuidado parental’’ de la Facultad de Psicología de la UBA.


Marcos Tórrez (28) se crió en la Villa 31 de Retiro, el segundo barrio de la ciudad con la tasa más alta de homicidios (21,40) y La Boca el quinto (15.52), según los últimos datos del Informe sobre homicidios presentado por el Consejo de la Magistratura en 2018.

Marcos nunca conoció a su padre. A los 11 debió abandonar la educación primaria y salir a buscar trabajo en su tierra natal, La Paz, Bolivia. Cuando tenía 14, las dificultades económicas se tornaron severas en su casa, por lo que decidieron migrar a Buenos Aires. Terminó viviendo en la Villa 31, en una habitación con otros siete miembros de su familia. “Conseguí trabajo en una fábrica de ropa ni bien llegué. Acá también tuve que pelear unas cuantas batallas. Me quisieron matar dos veces y otras tres intenté suicidarme. Pero la vida siempre me dio revancha”, dice.


Los datos del último relevamiento realizado por la Secretaría de Integración Urbana de la Ciudad (2016) señalan que de los 40.000 habitantes de Villa 31- que viven en condiciones de hacinamiento-, el 12% está desocupado, el 75% tiene ingresos informales, la deserción escolar de los jóvenes de 13 a 17 años (10%) duplica la cifra promedio de la ciudad, solo el 35% de los adultos mayores de 25 años alcanzan niveles de educación secundaria completa y solo el 7% de los jóvenes entre 17 y 30 años cursan estudios universitarios.

Esos datos reflejan la realidad de apenas uno de los 57 barrios populares en la ciudad de Buenos Aires, según el Registro Nacional de Barrios Populares. Y la situación no es muy diferente en el resto de la provincia, donde se registran 1726. La Cava, por ejemplo, que pertenece al partido de San Isidro, a partir de los aportes de distintas organizaciones sociales de la zona, se sabe que en las 32 hectáreas que la conforman viven aproximadamente 20.000 personas, también en condiciones de extrema pobreza.


Romina Sosa (31) creció en La Cava. Ella fue víctima de abuso sexual intrafamiliar durante su infancia y adolescencia. Cuando iba al jardín, su madre le había prohibido decir que vivía en la villa. En los pasillos le gritaban “¡¡gorda!!’’.


Romina, Marcos y Lucas nunca se vieron, pero los tres tienen vívido el momento en que se acercaron al arte por primera vez. Lucas tenía 13 cuando fue a jugar a la pelota al playón de la parroquia San Juan Evangélico y uno de los directivos lo invitó a participar de las actividades del espacio. “Desde entonces, empecé a pasar sábados enteros ahí. Desayunaba con el grupo de exploradores. Después asistía a las actividades del oratorio y, como vieron que tenía llegada con los chicos del barrio, me ofrecieron dirigir a uno de los grupos de la Murga Don Bosco por las tardes”, dice el joven.


La Murga Don Bosco -actualmente integrada por 250 personas- surgió en 1996 a partir de la iniciativa de miembros de la parroquia San Juan Evangélico, con el objetivo de ofrecerles a los jóvenes del barrio de La Boca un espacio de contención. Está constituida por siete grupos divididos por edades.


Lucas dirigió la categoría de “varones” -chicos de 3 a 15 años- hasta los 17, y luego le asignaron el grupo denominado “mascotas”-niñas de 2 a 10 años-. “La dirigencia lo quiso echar en tres ocasiones por algunas conductas inadecuadas. Pero yo siempre confié en él y en su capacidad de entrega y perseverancia. Con el grupo de mascotas comenzó a cargo de 10 niñas y, luego de repartir año tras año por iniciativa propia volantes en los jardines infantiles del barrio, ahora tiene 50 alumnas. Hasta logró que miembros de otras murgas anoten a sus hijas en la nuestra para que él sea su director’’, sostiene Ariel Muscio (40), fundador y director general de la murga.


Romina también encontró un lugar de contención en una institución de su barrio. A los 8 años, comenzó a tomar clases de canto en la Fundación Crear Vale La Pena (Cvlp), ubicada en Beccar, que desarrolla desde 1997 un programa de inclusión social para jóvenes integrando las artes, la educación y la acción comunitaria.


Fue a los 9, cuando conoció la danza, que percibió que aquello sería algo más que “una excusa para escapar de su casa”: "Yo salía de mi clase de canto y empecé a escuchar pisoteos en un salón. Me acerqué. Había algo en el movimiento de esa gente que me dejó hipnotizada durante dos horas. Llegué a casa y le dije a mi mamá que quería bailar", recuerda la joven de 31 años.


Con su metro treinta, Romina fue la primera en llegar a la clase al día siguiente y desde entonces continuó su formación en este espacio que le abrió las puertas como artista. A los 13 recibió una beca para estudiar en la Fundación Julio Bocca. "Hubo cosas que marcaron mi vida, como la violencia, la exclusión y el abuso sexual. Bailar era lo único que me hacía sentir en paz”, expresa esta joven, que prefiere no ahondar en su situación de abuso.


"Hubo cosas que marcaron mi vida, como la violencia, la exclusión y el abuso sexual. Bailar era lo único que me hacía sentir en paz”

“Apropiarse del cuerpo que alguna vez fue controlado por otros y hacer del espacio un lugar de placer es una experiencia tanto reparadora como de auto afirmación de la libertad. Al tratarse de un proyecto de danza, el cuerpo se convierte en voz y una vez que se conecta con este y con la afectividad se lleva al encuentro con otros”, argumenta Enrique Stola, médico psiquiatra experto en género.

“En psicoanálisis, luego de haber vivido una experiencia traumática, el arte es entendido como una vía de sublimación. Posibilita al individuo salir de su posición de víctima para inscribirse socialmente de otra manera. Cuando la persona pone en escena pública su expresión artística, descubre que puede crear formas para salir del rol de pasividad donde estaba”, añade Tkach.


Laura Zapata (32) también encontró en Cvlp un espacio de formación artística. Su primera aproximación hacia la danza se remonta a los tiempos en que se quedaba prendida a la pantalla durante horas imitando el movimiento de moonwoking de Michael Jackson. El resto de los niños de San Cayetano -un barrio vulnerable de Beccar, partido de San Isidro-, corría por los pasillos jugando a las escondidas, pero en ese entonces ella tenía 6 años y sólo quería bailar. A los 9 recibió un volante de una academia de jazz de su barrio y se acercó sola al espacio para inscribirse.


Laura- a la izquierda- y su grupo de baile ensayando

Cuando cumplió 12 años sus padres le anunciaron que ya no le podían pagar las clases. Sin embargo, a los 13 conoció la Fundación Cvlp, que ofrecía talleres gratuitos de baile y canto. ¿Alguien de “La San Ca” bailando? Parecía imposible de imaginar. En esa época, se trataba de una disciplina excéntrica para sus compañeros de la escuela del barrio. Le llamaban “la loca” y los vecinos le tiraban piedras cuando pasaba por los callejones vestida como hip hoppera, con sus pantalones anchos y el pelo teñido de verde. Sin embargo, un fuego la quemaba por dentro. Y ella bailaba.


“La música me ayudó no solo a afrontar mis inseguridades físicas, sino también a convertir el rencor y la vergüenza que sentía al nacer en un contexto marginal, como el de La San Ca, en una obra de arte. Por eso mi objetivo es compartirlo e inspirar a otros”, expresa Laura, compositora, bailarina y coreógrafa.

Marcos también tiene un vínculo estrecho con la música. A los 17 años, mientras pasaba por la puerta de una iglesia de su barrio, el rasguido de una guitarra le erizó la piel. “Era la primera vez que veía un show en vivo. Me remontó a los instantes en que mi madre me acariciaba el pelo de chico. Desde entonces comencé a tomar clases de música y en un año aprendí a tocar tres instrumentos’’, expresa.


Después de formar parte de bandas de rock y de incorporarse a un grupo de caporales de su barrio, en 2018 Marcos decidió fundar junto a ocho vecinos, su propio proyecto de baile al que llamaron “Caporales sin Fronteras de Retiro”, que reivindica la danza folklórica de Bolivia.


“Mi madre siempre me había dicho que pruebe con esta danza andina, pero yo creía que me iban a discriminar por boliviano. Fue cuando ella murió que me atreví a darle una oportunidad. Hoy la vivo como una manera de sentirme más cerca de ella y de mi tierra. Ya no me avergüenza mi procedencia. Por el contrario, estoy orgulloso’’, añade el joven, que además de ser encargado de la fábrica de ropa Clon tiene un programa de TV, uno de radio y una banda de reggaeton en su barrio.


Marcos Torres en el encuentro mundial de Caporales realizado en barrio Flores


Especialistas en antropología del cuerpo resaltan el rol de las corporalidades y el movimiento en diferentes ámbitos de la vida social. “Los entrenamientos corporales relacionados con la performance -que articula lenguajes simbólicos de la danza, la música, la poesía, los rituales, la teatralidad en la escena pública- son prácticas que dan lugar a un proceso disruptivo y de transformación de la subjetividad desde lo corporal. Al separarse de lo cotidiano, el sujeto reflexiona, deviene de otra manera y legitimiza su identidad a través del baile’’, explica Lucrecia Greco, Doctora en Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y miembro del equipo de Investigación de Antropología del Cuerpo.


En la misma línea, su colega y compañera de equipo Silvia Brunelli, agrega: “La danza aborda desde lo cognitivo, pasando por lo corporal, psicológico, hasta lo emocional. Su transversalidad se funda en capas tan profundas de la individualidad que permite aflorar problemáticas que no podrían ser traídas a la conciencia si no a través del movimiento y del cuerpo”.


Las limitaciones experimentadas en el camino


Pese a haber logrado desplegar su pasión, las barreras simbólicas se siguieron presentando en los jóvenes. “Recuerdo los nervios que tenía en el primer día de clase en la academia de Julio Bocca. Era un mundo totalmente nuevo. El escenario me parecía inmenso. Luego de que nombraran a todos los estudiantes de la lista, me presentaron como “la becada”, sin nombre ni apellido. Cuando me eligieron como protagonista de una comedia, mis compañeras me dijeron que me habían seleccionado por ser la gorda villera”, expresa Romina.


Pero tanto ella como el resto de los entrevistados coinciden en que al haber adquirido la destreza de sortear obstáculos lograron salir más empoderados de estas situaciones. "Vivía en dos mundos paralelos. Por un lado la academia, que me dio mucha disciplina, y por otro las clases de Crear y mi vida en La Cava, donde no teníamos cloacas, ni vivienda digna, donde la droga se comía a los pibes y la inseguridad era muy fuerte. Eso me inquietaba y no quería quedarme de brazos cruzados como una víctima más", relata.


Romina en una actividad barrial de La Cava

Laura Zapata gesticula con el ímpetu de una líder. Desde joven descubrió cuál era su deseo y lo abrazó con convicción: “A los 15 declaré en mi familia que iba a ser bailarina y cantante profesional costase lo que costase. A ninguno le gustó la idea. Me crié escuchando que el destino de quien nacía en “La San Ca” era vivir y morir ahí. Mi papá tenía un taller de carpintería en casa y mi mamá atendía un kiosco. Me dijeron que no iba a poder vivir de la música.

Pero una chispa interna me incitaba a darme la posibilidad de soñar, por eso insistí y a los 16 ya tenía mi primer sueldo como bailarina’’.

Julieta Infantino, doctora en Antropología Social e investigadora del Conicet especializada en prácticas artísticas populares destaca que la posibilidad de salir de los barrios guettificados, transitar otros espacios y experiencias posibles de vida habilita el acceso hacia otras formas de sociabilidad y hacia una ampliación del horizonte subjetivo.


En la casa de Lucas su traje de murga cubierto de apliques infantiles y una galera amarilla y negra cuelgan en la pared. Un diploma enmarcado que reza “Al mejor dire de Murga” ocupa un lugar preferencial. Se trata de un regalo de los padres de sus alumnas. “Muchos dicen que el trabajo hay que ir a buscarlo, pero en mi caso, mis compañeros me tocaban la puerta todos los días para invitarme a robar. Pero yo ya tenía en claro que no iba a volver a hacerlo por las nenas y un día dejaron de venir. Dos del grupo terminaron en Miami con una vida de lujo, uno asesinado, algunos presos y otros siguen en la calle”, sostiene el joven, que actualmente trabaja de forma independiente en la compra y venta de vehículos.


Una sonrisa se le dibuja en la cara cada vez que habla del grupo de niñas a las que dirige. Asegura que, gracias a ellas, no solo pudo salir de la marginalidad sino que, a su vez, se le despertó su vocación. “Una tarde me encontré con el padre de una de las chicas que hacía tiempo no venía a los ensayos. Le pregunté la razón y me dijo que se debía a que le estaba yendo mal en la escuela y que el cura estaba muy desbordado con las clases particulares. Ese día llegué a casa y me propuse estudiar para poder enseñarles algo más que bailar. Algún día voy a poder devolverles al menos una porción de todo lo que ellas me dieron”, recuerda este joven, que se convirtió en estudiante de Profesorado de Educación Inicial en la Escuela Normal Superior N°5 del barrio de Barracas.


Lucas bailando junto a su grupo en la vía publica

“El hecho de pasar de estar en una posición degradada a ser alguien que ocupa un lugar de valorización respecto a otros posibilita el cambio de la posición subjetiva. Esto no tiene retorno y cede a situaciones violentas”, sostiene Liliana Szapiro, doctora en Psicología y directora del proyecto de intervenciones psicoanalíticas con jóvenes marginados (Ubanex) de la UBA.

En la ciudad, el Ministerio de Cultura desarrolla junto al Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, la Secretaría de Integración Social y Urbana y el Instituto de la Vivienda el programa Arte en Barrios con el fin de promover la integración social y el acceso al arte en barrios populares.


“Desde 2016, estamos trabajando en 22 barrios de la Ciudad para acercar la oferta cultural. Este año tenemos programado brindar 280 talleres artísticos y de oficios culturales, 650 salidas culturales, 270 presentaciones de artistas barriales y 150 jornadas de capacitación y asesoramiento en gestión de proyectos. Encontramos un gran potencial en el programa, que en 2018 contó con la concurrencia de más de 75.300 vecinos en los eventos y con más de 23.000 alumnos participando de los talleres. En relación al análisis de asistentes, el 66% son niños entre 3 y 12 años”, sostiene Maria Hopff, la coordinadora general del programa.


En torno a la danza en particular, se enmarca en el dispositivo la iniciativa de Talleres de Estilos combinados (TEC), que implica la formación en danza clásica, contemporánea, jazz, tango, folklore latinoamericano y danzas urbanas, a los fines de potenciar el contenido ya existente en cada territorio barrial e integrarlo con otras disciplinas que de otro modo los vecinos no tendrían acceso. “A su vez, estamos desarrollando un sistema de becas en el Teatro Colón y la Fundación Julio Bocca para los alumnos”, añade la coordinadora.


A nivel provincial, el Ministerio de Desarrollo Social lleva adelante el programa Envión destinado a chicos entre 12 y 21 años en situación de vulnerabilidad en 364 sedes. “Trabajamos en el abordaje de problemáticas educativas, laborales, sociales y apostamos a la formación en danza en más del 60% de nuestras sedes porque encontramos en esta disciplina artística una herramienta transformadora a través del lenguaje corporal’’, expresan fuentes del Ministerio.


La salida de la marginalidad hacia un nuevo horizonte


El punto de inflexión en la carrera artística de Romina Sosa fue a sus 17 años, el día en que estaba dando un taller de baile a las adolescentes del barrio El Sauce. “Una de las chicas se veía decaída. Yo sentía una energía pesada. De pronto, le dijeron algo y ella reaccionó con una ira tremenda. Frené la clase y pregunté qué pasaba. Me contestó que estaba cansada de que su padre abusara sexualmente de ella. En ese momento me vi a mí pasando por la misma situación a su edad. Si no hubiese sido por la danza yo estaría presa, drogada o muerta. Esas son las opciones que tenés en la villa. Bailar era lo único que me había servido para sanar ese dolor y a partir de entonces empecé a ver la danza como una herramienta para que otras mujeres también aprendan a expresarse a través del cuerpo’’, dice.


Desde entonces esta disciplina tomó un nuevo rumbo para Romina y, luego de participar en otros proyectos, fundó en 2014 el grupo de baile urbano Fuera de Foco, un colectivo de "agitadores comunitarios", integrado por 12 artistas provenientes de barrios del conurbano bonaerense como La Cava, El Sauce y San Cayetano, que ponen la danza y la música al servicio de causas sociales, políticas y culturales.


Cuando los miembros del grupo se refieren a Romina, se les quiebra la voz. Le llaman “la heroína”. Ella habla de “la danza y la mujer" con la mirada encendida. Cada mañana, ni bien se despierta, ella baila. Prepara el desayuno bailando. Y bailando sale a la calle.

"Convertimos nuestras problemáticas en movimiento y poesía. Somos cuerpos que se expresan por los jóvenes que ya no están, por los que mataron, por lo que están presos", describe la joven coordinadora de este proyecto itinerante y autogestivo que fusiona hip hop con dance hall, breaking, beat box, rap, jazz, entre otros géneros.

Además de ser agitadora comunitaria, Romina es madre: "Yo siempre estuve excedida de peso hasta que llegó mi hijo. Gran parte de lo que hago y digo es porque él vino a este mundo a enseñarme a ser mejor persona. Quiero demostrarle que no tiene que tener techos para luchar por lo que quiere. Si yo con todos mis problemas me pude defender, lo puede hacer cualquiera", concluye Sosa, que aspira a que Fuera de Foco tenga un espacio propio para que otras personas también encuentren un proyecto de vida a través del arte.


Romina junto a un grupo de chicos de La Cava en una actividad barrial


El proyecto artístico de Laura en Big Mama Laboratorio, también se propone los mismos objetivos que el de Romina. Por eso en 2011, a los fines de promover el intercambio cultural, invitó a participar a jóvenes formados en diferentes disciplinas tanto de barrios vulnerables, como San Cayetano, La Cava y El Sauce, como de otros de zonas más pudientes.

Este proyecto, al igual que Fuera de Foco, cuenta con dos formatos: una banda musical —que fusiona géneros como la cumbia, el hip hop, el folklore, dance hall, reggaeton y pop— y un laboratorio de talleres que funcionan como un sistema alternativo de enseñanza requeridos por municipios, organizaciones y el público en general.


Si bien ella compone los temas, cada uno de sus integrantes le otorga su impronta, porque la premisa de Big Mama es la diversidad. El staff fijo está conformado por siete personas, a las que se van sumando otras de acuerdo a los requerimientos.


La potencialidad de lo colectivo


“Música y redención”, escribe Marcos en una servilleta. Siempre lleva consigo una birome para anotar versos que se convertirán en canciones. El dolor se deja entrever en sus ojos. Pero él, según expresa, ya no es el mismo. “Cuando murió mi madre caí en una depresión tan grande que me quise quitar la vida en varias oportunidades. El hecho de no haber sido reconocido por mi padre me hizo sentir siempre una fuerte punzada en el pecho. Pero hoy lo pude perdonar porque si no fuese por él no estaría vivo ni haciendo historia con los Caporales.

En la fraternidad entendí que no tengo porque pelearla solo si puedo hacerlo con otros. Ellos son mi familia’’, asegura Marcos, que recién a los 25 pudo terminar la secundaria.

Los especialistas consultados destacan que en contextos de vulnerabilidad social, el encuentro con otros a través de la práctica artística cumple un rol fundamental en la transformación social. “La experiencia de sentirse parte de un grupo con personas que anteriormente fueron excluidas, la lógica de producción colectiva, la combinación de géneros y la posibilidad de los bailarines de apropiarse de diferentes lenguajes corporales a partir de las historias que los atraviesan, refuerza el empoderamiento”, dice Sivia Citro, doctora en Antropología sociocultural y coordinadora del equipo de Investigación de Antropología del Cuerpo.


A lo largo del año, el grupo de La Murga de Don Bosco se reúne todos los sábados para compartir una merienda y ensayar. Durante los meses de enero y febrero tienen dos encuentros semanales y los fines de semana realizan sus salidas en el marco del circuito de Carnaval Porteño.


La imagen previa a los festivales es siempre la misma: a las 16 Lucas se reúne junto al resto de los coordinadores para preparar la cena de los niños. A las 18 los colores blancos, negros y amarillos de los vestuarios llenan el playón de la parroquia. El grupo de percusión afina sus instrumentos. Lucas dibuja flores en los rostros de las niñas, trenza sus cabellos y les entrega las galeras que previamente confeccionó a medida en el living de su casa. A las 21, cada grupo sube a sus colectivos y se dirigen al lugar de encuentro.


Lucas junto a su grupo en una actividad de Carnaval 2019


“Si bien recibimos un subsidio del Gobierno de la Ciudad al pertenecer al circuito de Carnaval Porteño, solo nos alcanza para cubrir los gastos de transporte por lo que durante el resto del año vendemos rifas y realizamos eventos para financiar los trajes y otros gastos’’, explica Muscio.


La murga funciona como un entramado solidario, que en muchos casos involucra a toda la familia. Además de bailar, algunos padres, participan en la búsqueda de financiamiento y confeccionando los vestuarios. “Por Lucas me saco el sombrero. A las niñas las cuida como si fuesen suyas. Es el primero en subirlas al micro si percibe algún problema en la vía pública. En el baile inaugural del carnaval, todas las niñas llegaron con sus atuendos. Una de ellas, que vive prácticamente en la calle, no tenía el suyo. Sin embargo, Lucas ya se había ocupado de confeccionarle uno”, expresa Soledad Canabide, madre de una de las alumnas.


Lucas junto a su grupo de Mascotas


El grupo de Caporales también comparte un íntimo sentido de comunión y pertenencia. Los 61 vecinos y familias que integran la “fraternidad”-tal como se hacen llamar- se reúnen todos los viernes y sábados en el playón de la feria de Villa 31 para ensayar. Tanto niños, adolescentes y adultos encuentran un lugar en esta danza.



Marcos- el segundo de la izquierda- junto a su grupo de Caporales ensayando en el playon de su barrio

El proyecto artístico lleva el nombre de “Caporales Sin Fronteras de Retiro” porque una de sus premisas es que cualquier persona sin importar su procedencia puede sumarse. Se trata de un grupo autogestivo que a lo largo del año son convocados por otras fraternidades de Caporales, municipios e instituciones para conmemorar festividades religiosas e inherentes de la cultura boliviana.


Caporales ensayando en la villa 31

“Algunos recursos materiales los podemos gestionar gracias a la iniciativa de los miembros. Yo consigo el transporte, Marcos las chombas. Lo más costoso son los trajes, que compramos a US$175 en Bolivia. Muchos integrantes no pueden afrontar ese gasto. Por eso organizamos ventas de rifas, de comida, de ropa, contribución mutua con alimentos”, señala Norma Mamani (44), que encontró en Caporales una familia luego de la muerte de su marido.


Los especialistas consultados coinciden en que resulta difícil realizar una evaluación cuantitativa en relación al baile y la transformación social ya que se trata de una problemática compleja y multidimensional. Lucrecia Greco, llevó adelante investigaciones etnográficas en esta línea en torno a la danza capoeira, que comparte varios puntos con los bailes caporales, la murga y las danzas urbanas. “Este tipo de bailes conforma en el sentido comunitario una nueva entidad que trasciende lo individual y promueve la incorporación de valores. Al combinar elementos de la danza, música y reivindicaciones de lucha histórica a través de experiencias lúdicas, performáticas y colectivas, sintetizan la crítica social en territorio, posibilitando el reposicionamiento de los sujetos y fomentando la identidad grupal”, asegura la experta.


Inserción y réplica de los proyectos en la sociedad


Luego de un año de trayectoria, la fraternidad logró insertarse en una estructura más amplia. En enero, fueron parte de un hito histórico al participar del segundo Encuentro Mundial de Caporales 100% Bolivianos.


Bajo un cielo teñido de gris, el repiquetear de los tambores despertó a los vecinos del barrio de Flores de sus siestas y más de 250 bailarines pintaron de color la avenida Avellaneda, entre Cuenca y Argerich. Las familias sentadas en las veredas observaban sorprendidas la escena que se replicó en 72 ciudades de 20 países alrededor del mundo.

La iniciativa fue promovida por la Organización Boliviana de Defensa del Folklore (Obdefo) y el Ministerio de Cultura de Bolivia, con el fin de preservar el patrimonio cultural material e inmaterial de Bolivia y defender el origen de las danzas caporales, presentadas por primera vez en La Paz, en 1969.


Tanto “Sin Fronteras” como otras seis fraternidades y tres orquestas de distintos barrios de la ciudad y del conurbano bonaerense participaron del evento vestidos con trajes cubiertos de apliques de lentejuelas.


La foto era pintoresca: a través de una coreografía que representa las vivencias de los esclavos africanos en tiempos de la colonia española, los varones -denominados "machos"- hacían sonar los cascabeles zurcidos en sus botas, soltando patadas en el aire. Las tulmas colgaban de los cabellos trenzados de las "cholas" -mujeres caporales-, que con el rostro cubierto de glitter y sonrisas encendidas, hacían agitar sus polleras en cada contorneo de cadera. Los gritos eufóricos resonaban en los saxofones de la orquesta y el espíritu de festival dominó el encuentro.


“Aquel día logramos que muchas personas que anteriormente nos discriminaban celebren la danza de nuestros ancestros. Por otro lado me enorgullece la gran participación de jóvenes que han logrado convocar los bailes caporales. Yo a los 17, me peleaba en los pasillos cuando me llamaban boliviano sucio. Creo que es posible erradicar la violencia con estos pequeños actos”, manifiesta Marcos con entusiasmo.


Laura junto a su grupo bailando en la entrada de su casa de barrio San Cayetano

Laura también atesora un día inolvidable en su memoria: la tarde en que tocó en el Personal Fest 2016. El calor no daba tregua. El predio en La Pampa y Figueroa Alcorta vibraba. La ovación de las 65.000 personas que asistirían al festival ya se podía percibir. A Laura le transpiraban las manos. ¿Tocar junto a Miranda y Maxi Trusso? Los músicos que la miraban desde la pared de su cuarto. Nunca se lo hubiese imaginado. Con la mirada en el horizonte, el pelo largo, verde y tejido entre trenzas y pompones rojos, la cara dibujada con simbologías aborígenes, despegó sus pies del escenario. Sacudió su melena y entonó: “Es más que un anhelo, cuenta el universo, yo tengo un sueño para perseguir”. Con ese hit recorrió más de 100 ciudades, incluyendo países de Europa, Argentina y Uruguay.


"La transformación tanto en Romina como en Laura fue significativa. Cuando ambas ingresaron a Cvlp, eran chicas conflictivas. Por medio del fruto de su persistencia lograron conformar proyectos de denuncia social muy potentes", dice Inés Sanguinetti, directora de Cvlp, la fundación que le dio el primer empuje a estos grupos y en la que se formaron más de 20.000 chicos, en su mayoría provenientes de barrios vulnerables.


“Las formas comunitarias de creación artística son una herramienta política porque permiten no solo cuestionar el mundo del arte como tal sino también disputar barreras de acceso desigual a derechos y generar propuestas hacia afuera”, expresa la especialista Infantino.

Gracias a su trabajo y a la visibilidad que les otorgó Crear Vale La Pena, los proyectos de Big Mama en 2014 y Fuera de Foco en 2018, fueron invitados por la organización internacional Kinder Kultur Karawane a participar de un festival junto a otros jóvenes, integrantes de proyectos artísticos de distintos países.


El sol apenas se refleja en los techos de chapa de La Cava. Romina revisa una vez más su valija. Le tiemblan las piernas. Minutos más tarde estará subida a la combi camino al aeropuerto. Las viviendas, los pasillos, los cables, se irán convirtiendo en un punto lejano desde la ventana. Una vez arriba del avión, se ajusta el cinturón. Aferra la mano de Tamara- una de las integrantes de Fuera de Foco- que observa por primera vez la ciudad desde las alturas. Y le brillan los ojos. En Alemania, le esperan 30 funciones con su grupo. No entiende el idioma. Hizo de la danza una fuerza imparable.

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Soy Comunicadora Social (Universidad Nacional de Rosario), Periodista (Master en Universidad Torcuato Di Tella y La Nación). Colaboro con diferentes medios (puntocero, La Nación) en el área de Redacción. Me gusta el teatro y donde sea que este, viajo: Llevo los ojos del asombro y la apertura a nuevas experiencias. 

 

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